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Homilia - Tercer Domingo de Pascua - 10 de abril de 2016

 

Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amamos.


Por: Édison Camilo Maya Lopera.


El evangelio que meditamos en la liturgia de este domingo, el tercero del tiempo pascual, nos muestra cómo nuevamente el Señor Resucitado se manifiesta a los discípulos, pero estos, como en las dos anteriores apariciones, tardan en reconocerlo. La manera como los discípulos llegan a descubrir que es el Señor Resucitado es un verdadero camino de fe del cual hoy estamos llamados a aprender para fortalecer nuestra experiencia de vida cristiana.

La narración evangélica muestra que posterior a los acontecimientos de la muerte y la resurrección del Maestro, los discípulos regresan a su antiguo oficio: la pesca. Jesús de Nazareth los había llamado para ser pescadores de hombres, pero éstos ante los sucesos pascuales se desaniman, pierden las esperanzas, se sienten solos y fracasados, por eso vuelven a sus viejas ocupaciones. El relato enfatiza en que no lograron pescar nada durante toda la noche. Es en ese momento cuando se les presenta Jesús en la orilla y les devuelve la esperanza cuando anuncia una pesca abundante, mostrándoles así cómo sus logros no se deben a sus esfuerzos personales sino a la Palabra de Jesús.

De esta manera, con tal signo, comienza el camino de fe: el discípulo amado lo reconoce: “Es el Señor”; Pedro, se puso el vestido y se lanzó al mar, se olvida de todo lo que hasta ese momento captaba su atención y no ve la hora de llegar hasta Jesús.

Ya en la orilla, Jesús les ofrece un pez y pan, pero también ellos deben aportar de lo recién pescado, que en definitiva también proviene de Él. Se establece así un hermoso compartir, rodeado, sin embargo, del silencio de los discípulos… “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle ¿Quién eres tú?, sabiendo que era el Señor”. Pero, no se trata del silencio amargo de la pasión, sino del silencio contemplativo ante la presencia viva y real de Jesús. De este modo, vemos cómo “Jesús resucitado rescata a sus discípulos de la noche de una ausencia y atrae a su comunidad a una unión más profunda con Él” (Cardona, Hernán, 2009).

El pasaje culmina con un diálogo entre Pedro y Jesús que pone por evidencia que la razón de ser del discípulo es el amor: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. La respuesta afirmativa permite que Jesús le confirme la misión que ya le había encomendado: “apacienta mis corderos”. Termina el diálogo con la expresión “sígueme”, que reafirma el llamado y que compromete a los discípulos definitivamente para dejar sus antiguas actividades y anunciar con toda valentía la Buena Nueva de la Resurrección. Así, Jesús les recuerda una vez más su ser de discípulos, a los cuales reconocerán por la manera como se amen.

Pidamos al Señor que al permitirnos celebrar y disfrutar los gozos de las fiestas pascuales, nos conceda la gracia de pasar de la oscuridad y el distanciamiento, a una experiencia eclesial-comunitaria marcada por el amor. Hoy te queremos decir Señor, de corazón: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amamos.