Etapas de la formación

Tomado de la Conferencia Episcopal de Colombia: Ratio Nationalis para Colombia (56-116)

En el Seminario Diocesano Santo Tomás de Aquino de la Diócesis de Santa Rosa de Osos, el proceso formativo se estructura en nueve (9) años, así:

ETAPA PROPEDÉUTICA
(un año)

Descripción

Este momento corresponde a la iniciación del proceso formativo en el Seminario Mayor. Su objetivo principal es asentar bases sólidas para la vida espiritual y favorecer el autoconocimiento del candidato, en orden a su desarrollo humano y cristiano.
El propedéutico contará con un director, elegido de entre el equipo de formadores. Su papel es el de un verdadero acompañante integral, maestro de vida espiritual, modelo sereno de humanidad y de misericordia, equilibrado, justo y con autoridad paternal y fraterna sobre el grupo y sobre cada seminarista.

Finalidad

En la etapa Propedéutica, se espera que el candidato profundice y avance en el discernimiento inicial realizado en la pastoral vocacional. Con el logro de esta meta quedan sentadas las bases para continuar el proceso formativo, o por el contrario, para que el aspirante dé otro rumbo a su proyecto personal de vida.
En esta etapa se ofrece al candidato el acompañamiento personal y comunitario, para que pueda profundizar su autoconocimiento y motivaciones frente al proceso formativo que inicia. Ayudado por espacios de encuentro personalizado, por ejercicios espirituales y celebraciones que garantizan un ambiente espiritualmente sólido y con la guía del director espiritual. Por eso se trata de un verdadero y propio tiempo de discernimiento vocacional realizado en el contexto de vida comunitaria y como verdadera iniciación a las etapas sucesivas. Con estos elementos y la ayuda del director de la etapa, de los demás formadores y los agentes de la formación vinculados a este proceso, el seminarista discierne la conveniencia de continuar el camino de la formación sacerdotal o de emprender uno distinto.

ETAPA DISCIPULAR
(tres años)

Descripción

Esta etapa se llama discipular porque pretende que el seminarista llegue a tomar la decisión definitiva y vinculante de ser discípulo misionero del Señor, en el espíritu y la vivencia de las bienaventuranzas (Mt 5, 3-10) y los consejos evangélicos, en camino de seguimiento hacia el sacerdocio ministerial. Discípulo es: “aquél que ha sido llamado por el Señor a estar con Él (cf. Mc 3, 14), a seguirlo y a convertirse en misionero del Evangelio. El discípulo aprende cotidianamente a entrar en los secretos del Reino de Dios, viviendo una relación profunda con Jesús. Este permanecer con Cristo implica un camino pedagógico-espiritual, que transforma la existencia, para ser testimonio de su amor en el mundo”.
 
La Ratiouniversal sintetiza así el propósito de esta etapa: “este tiempo específico se caracteriza por la formación del discípulo de Jesús destinado a ser pastor, con un especial cuidado de la dimensión humana, en armonía con el crecimiento espiritual, ayudando al seminarista a madurar la decisión definitiva de seguir al Señor en el sacerdocio ministerial y en la vivencia de los consejos evangélicos, según las modalidades propias de esta etapa”.
 
Una vez terminada la etapa propedéutica, en la que se asentaron las bases sólidas para la iniciación cristiana y la vida espiritual en los diferentes aspectos de la vida del formando, ahora se trata de lograr que crezca en la construcción de su propia persona y en la vida comunitaria, en su vida cristiana y espiritual, en el encuentro con las ciencias filosóficas que le van a enseñar a pensar, en el conocimiento suficiente de las ciencias humanas, con apertura al mundo del pensamiento científico, en una proyección pastoral que le haga conocer los rasgos del discípulo misionero. Por tanto, no ha de verse como un paso forzado para acceder a los estudios teológicos, sino como un afianzarse en la formación discipular.
 
De acuerdo con el criterio formulado por la Ratio fundamentalis, “la carencia de una personalidad bien estructurada y equilibrada se constituye en un serio y objetivo impedimento para la continuidad de la formación para el sacerdocio”.  Y esto ha de tenerse presente a la hora de evaluar el proceso con miras a dar el paso a la etapa configuradora. Conviene tener en cuenta la solicitud del decreto conciliar sobre la formación sacerdotal, a propósito de no dilatar hasta último momento y muy avanzados en su proceso, la decisión de continuar o no el itinerario formativo: “a lo largo de toda la selección y prueba de los alumnos procédase siempre con la necesaria firmeza aunque haya que lamentarse de la escasez de sacerdotes, porque Dios no permitirá que su Iglesia carezca de ministros si son promovidos los dignos. A quienes carezcan de idoneidad oriénteseles paternalmente, a tiempo, hacia otras ocupaciones y ayúdeseles, para que, conscientes de su vocación cristiana, se entreguen con entusiasmo al apostolado seglar”.

Finalidad

Objetivo primordial de esta etapa es arraigar al seminarista en el seguimiento de Cristo, escuchando su Palabra, conservándola en el corazón y poniéndola en práctica. El llamado implica siempre el siguiente itinerario: encuentro con Jesús, conversión, discipulado, comunión y misión. En la dinámica del discipulado, Jesús invita a quienes se acercan a Él a descubrirlo como la fuente de la vida y a unirse permanentemente a Él para dar fruto, porque sin Él nada se puede hacer (cf. Jn 15, 2-8). En la convivencia cotidiana con Jesús, los discípulos descubren que no fueron ellos los que escogieron a su Maestro, sino que fue Cristo quien los escogió; además, fueron elegidos para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar (cf. Mc 3, 14b). Esta es la finalidad del seguimiento: “ser de Él”, formar parte “de los suyos” y participar de su misión. Y para lograr estos objetivos, el seminarista debe hacer suyo y poner en práctica el sermón de la Montaña (Mt 5-7) en especial, el programa de las bienaventuranzas (Mt 5, 3-10) y las obras de misericordia (Mt 25, 31-46).
 
La etapa discipular se encamina a adquirir el grado de libertad y madurez interior, que disponga al seminarista a iniciar con serenidad y gozo, el camino que lo conducirá hacia una mayor configuración con Cristo, en la vocación al ministerio ordenado.
 
A partir del primer año de la etapa discipular, se asignará un director del grupo para cada año, con el fin de facilitar la evaluación semestral de cada seminarista en el fuero externo. El director de grupo vela por todo lo relativo a la asimilación del espíritu y las metas de la formación. El reglamento de cada Seminario Mayor ha de diseñar las funciones que se asignan al director del grupo.

ETAPA CONFIGURADORA
(cuatro años)

Descripción

Finalizada la etapa discipular, pero no la vida discipular, la formación del seminarista se concentra en la configuración con Cristo, para que, unido a Él, pueda hacer de la propia vida, un don para los demás. Dicho proceso exige profundizar en la contemplación de la Persona de Jesucristo, Hijo predilecto del Padre, enviado como Pastor al pueblo de Dios. La contemplación lleva a que la relación con Cristo, sea más íntima y personal y favorezca el conocimiento y la aceptación de la identidad presbiteral. 
 
La etapa configuradora se ordena a una conformación progresiva con Cristo Cabeza, Siervo, Esposo, Pastor y Profeta de la Iglesia que haga emerger en la vida del discípulo los sentimientos y las actitudes propias del Hijo de Dios, lo introduzca en el aprendizaje de una vida presbiteral animada por la caridad pastoral, que se expresa en la voluntad y la capacidad de ofrecerse a sí mismo en el cuidado del pueblo de Dios, y lo lleve a asimilar la personalidad del Buen Pastor, que conoce a sus ovejas, entrega la vida por ellas y va en busca de las que están fuera del redil.
 
La etapa configuradora encamina al candidato en el seguimiento fiel de Cristo Siervo y por tanto, es tiempo oportuno para superar cualquier tendencia al clericalismo y sus consecuencias, que han sido una preocupación de la Iglesia en las últimas décadas.
 
Los criterios evaluativos que deben tenerse en cuenta están plenamente expresados en la Ratio fundamentalis: “el contenido de esta etapa es exigente y fuertemente comprometedor. Se requiere una responsabilidad constante en la vivencia de las virtudes cardinales, las virtudes teologales y los consejos evangélicos, siendo dócil a la acción de Dios mediante los dones del Espíritu Santo, desde una perspectiva netamente presbiteral y misionera, junto a una gradual relectura de la propia historia personal, en la que se descubra el crecimiento de un perfil coherente de caridad pastoral, que anima, forma y motiva la vida del presbítero. El compromiso especial que caracteriza la configuración con Cristo Siervo y Pastor, puede corresponder a la etapa de la Teología, sin que ésta agote su contenido y su dinámica. Concretamente, debería garantizarse una fecunda y armónica interacción, entre madurez humana y espiritual, y entre vida de oración y aprendizaje teológico”.
 
El sólido desarrollo y cultivo de las virtudes, será el medio privilegiado para responder al desafío de evitar en la Iglesia cualquier tipo de abusos tal como lo advierte el documento final del Sínodo sobre “los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional” y cuyos criterios se han de tener presentes: “Existen diversos tipos de abuso: de poder, económico, de conciencia, sexual. Es evidente la necesidad de desarraigar las formas de ejercicio de la autoridad en las que se injertan y de contrarrestar la falta de responsabilidad y transparencia con la que se gestionan muchos de los casos. El deseo de dominio, la falta de diálogo y de transparencia, las formas de doble vida, el vacío espiritual, así como las fragilidades psicológicas, son el terreno en el que prospera la corrupción. El clericalismo, en particular, surge de una visión elitista y excluyente de la vocación, que interpreta el ministerio recibido como un poder que hay que ejercer más que como un servicio gratuito y generoso que ofrecer; y esto nos lleva a creer que pertenecemos a un grupo que tiene todas las respuestas y no necesita ya escuchar ni aprender nada, o hace como que escucha”. La intervención de los diferentes agentes de la formación será fundamental para evitar situaciones desagradables, actuando a tiempo, ante manifestaciones que puedan presagiar abusos en el  futuro. 
 
En esta etapa se propone, para quienes han asimilado el proceso, realizar el año de formación pastoral misionera, entendiéndolo como un estímulo y no como un “tiempo reparador”. El objetivo de este momento del proceso es proporcionar al candidato un espacio de especial discernimiento, continuar su maduración integral, evaluar lo asimilado hasta ahora, abrirse a la misión y proyectar los aspectos que ha de fortalecer una vez terminada esta experiencia. 
 
La experiencia se convierte así en un verdadero y auténtico ‘aprendizaje pastoral’ que se extenderá por un año y se someterá metódicamente a una cuidadosa verificación por parte de los agentes que intervienen para ello: Obispo, equipo de formadores y responsables de las comunidades a las que se les envía.
 
Se sugiere que al terminar el primer año de la etapa configuradora y,  para iniciar el año de formación pastoral misionera, el candidato, cuyo proceso formativo lo avale, sea admitido (admisio) como candidato a las Órdenes Sagradas.

Finalidad

Desde el inicio de su proceso formativo en el Seminario, el formando está llamado a fijar los ojos en Jesús para que toda su existencia quede centrada y enraizada en Él. Ahora bien, la etapa configuradora tiene como finalidad asegurar el proceso de transformación en Cristo, a fin de que el candidato llegue a la recepción del Sacramento del Orden muy bien dispuesto y una vez recibido el sacerdocio, pueda reflejar en su existencia el misterio realizado por el sacramento: Dios Padre que mediante su Espíritu ha impreso en su corazón la imagen del mismo Cristo Cabeza, Siervo, Esposo, Pastor y Profeta de la Iglesia.
 
Dentro de la finalidad de la etapa configuradora de la formación sacerdotal inicial, es fundamental la verificación de la existencia de las virtudes específicamente sacerdotales en la vida del candidato y su disponibilidad misionera.

AÑO DE FORMACIÓN PASTORAL MISIONERA
(un año)

Descripción

El año de formación pastoral misionera es desde hace algunos años, una práctica común en varios países de América Latina y muy especialmente en Colombia. Esta experiencia se introdujo en varios Seminarios con el fin de consolidar el progreso formativo de los seminaristas en sus distintas dimensiones. Es diferente de la etapa de “síntesis vocacional” propuesta por la nueva Ratio fundamentalis, al concluir la etapa configuradora en las instalaciones del Seminario. La experiencia de año de formación pastoral misionera, siendo parte de la formación inicial ha sido validada por los Obispos de Colombia.

Finalidad

Para entender la finalidad, se hace necesario establecer la diferencia entre la etapa de síntesis vocacional, contemplada en el numeral 74 de la Ratio fundamentalis, y el año de formación pastoral misionera, experiencia muy propia de Colombia, llamada hasta ahora “año de experiencia pastoral”, como parte de la etapa configuradora. 
 
La mayoría de los Señores Obispos han indicado la pertinencia de esta experiencia y han manifestado que el momento más adecuado para realizar esta “formación pastoral misionera” es una vez culminado el primer año de la etapa configuradora o de estudios teológicos. De este modo, los Seminarios que tienen organizado el periodo teológico por ciclos, podrán organizar mejor el área académica, dando prioridad en el primer año a las áreas teológicas fundamentales. No obstante, las circunstancias de las jurisdicciones y Seminarios y de acuerdo con el Obispo u Obispos, si se trata de Seminarios Interdiocesanos, indicarán el momento más adecuado, durante la etapa configuradora, para realizar esta experiencia pastoral misionera.
 
El objetivo de este año puede sintetizarse así: al finalizar el año de experiencia de formación pastoral misionera, el seminarista ha profundizado y madurado su propia identidad como persona, como cristiano; ha crecido en la integración de su dimensión espiritual, académica y apostólica; ha tenido un acercamiento más concreto a la realidad diocesana; ha realizado diferentes actividades apostólicas en comunión con el párroco y los fieles de la comunidad parroquial y en este nuevo ambiente formativo ha realizado el discernimiento vocacional y una vez evaluado por quienes le han brindado acompañamiento durante esta experiencia, posee mejores luces para proyectar la continuidad o no de su proceso formativo.
 
Se trata de permitirle al seminarista un espacio de confrontación vocacional en la práctica pastoral y de experiencia misionera. Un año, para que pueda realizar una mirada retrospectiva sobre lo que ha asimilado en la formación como discípulo misionero y una mirada prospectiva para visualizar aquello en lo que deberá poner mayor atención en su proceso de configuración con Cristo Pastor, una vez retorne a la casa de formación.

ETAPA DE SÍNTESIS VOCACIONAL
(un semestre – último año de la Etapa Configuradora)

Descripción

La etapa pastoral o de síntesis vocacional, debe considerarse como la última etapa de la formación inicial, la cual, luego de haber culminado la etapa configuradora, se realiza fuera del edificio del Seminario, al servicio de una comunidad concreta, que pueda incidir significativamente en la personalidad del candidato. Como ya se ha indicado este tiempo es distinto del año de formación pastoral misionera, previsto durante el período de la etapa configuradora y puede coincidir con el ejercicio del diaconado. Se trata de un tiempo propicio para consolidar el proceso de maduración del candidato, de modo que pueda hacer una sana transición entre la vida del Seminario y su inserción definitiva en el presbiterio diocesano y se puedan verificar en él, las condiciones y competencias propias del presbítero que la Iglesia local necesita.

La inserción en la vida presbiteral se da a través de la asunción de responsabilidades concretas, con espíritu de servicio. Para la consecución de los objetivos de esta etapa, es necesario el acompañamiento de, al menos, cuatro personas: el Obispo diocesano, un miembro del equipo de formadores del Seminario donde el candidato ha recibido la formación inicial, el delegado para la pastoral presbiteral de la diócesis y un párroco debidamente escogido por el Obispo.

En el entendido de que el proceso formativo lo ha ido conduciendo a asumir el estilo de Cristo, pobre, casto y obediente, es recomendable que los candidatos asuman una actitud de austeridad y, solidario con la situación social de nuestro pueblo, eviten cualquier asomo de ostentación en lo referente a ornamentos, vestidos y eventos sociales con miras a la recepción del presbiterado. 

Es importante tener en cuenta lo consignado en la Ratio fundamentalis: “el logro de los objetivos formativos no depende necesariamente del tiempo transcurrido en el Seminario ni de los estudios realizados. Por esta razón no se puede llegar al sacerdocio sólo en razón de haber concluido las etapas propuestas previamente en una sucesión cronológica, casi automáticamente, sin considerar los progresos efectivamente conseguidos en una maduración integral”.

Finalidad

Entre las finalidades de esta etapa se pueden señalar las siguientes: